Los paisajes rurales europeos en general y de nuestro país en particular, están íntimamente ligados a los procesos productivos agrarios y a su comportamiento ambiental, territorial y socioeconómico. A lo largo de los siglos, muchos sistemas agrícolas y ganaderos tradicionales han sido el sustento económico de la sociedad rural, que ha manejado de forma muy activa los recursos naturales y el territorio, principal eje del desarrollo y la evolución social de sus comunidades. Este modelado de la naturaleza europea por la mano humana ha producido una gran variedad de ecosistemas agrarios y paisajes culturales, algunos de ellos muy apreciados hoy en día por su biodiversidad y riqueza natural.
La Península Ibérica, especialmente gracias a sus sistemas ganaderos extensivos, alberga algunos de los mejores ejemplos europeos de una relación equilibrada entre el ser humano y la naturaleza. Nos referimos, por ejemplo, a los puertos pirenaicos y de otras sierras, con ricos pastizales de montaña que acogen estacionalmente un fenómeno cultural de la magnitud de las trashumancias, o a la dehesa, el sistema silvopastoral más estudiado del mundo, o a los prados de siega, a las fresnedas, a los pastizales calcáreos con orquídeas y tantos y tantos otros.
La cultura pastoril en España ha producido un patrimonio natural sobresaliente, que sin embargo se encuentra hoy en día en una clara situación de amenaza. Dejadas atrás unas décadas de penuria económica y sobre-explotación de los recursos naturales, desde la segunda mitad del Siglo XX se vienen acentuando las dinámicas de abandono, que constituyen la principal amenaza que se cierne sobre estos sistemas agrarios y sobre el medio rural de nuestro país en general, mermando de forma ostensible sus valores ambientales.
Los métodos tradicionales de agricultura y ganadería, junto con la diversidad de especies y variedades que utilizan, siguen teniendo una importancia crítica a la hora de mantener el medio rural vivo, contribuyen además a reducir la exposición y la vulnerabilidad de toda la sociedad ante los factores derivados del cambio global, así como a mejorar nuestra capacidad de adaptación. Estos mismos mecanismos han sido los responsables de mantener los elevados valores de biodiversidad característicos de nuestro medio rural y de haber desplegado un enorme muestrario de alternativas capaces de compatibilizar el desarrollo social y la salud del ecosistema.
La realidad actual, en cambio, es que la mayoría de estos valores están amenazados por las grandes dificultades que las explotaciones agrícolas y ganaderas tradicionales encuentran para subsistir, inmersas en una permanente crisis de rentabilidad y falta de apoyo. Los propios agricultores y ganaderos tratan de poner en marcha iniciativas capaces de mantener vivas este tipo de explotaciones, a veces con el apoyo de otros agentes como técnicos e investigadores, pero estas iniciativas a menudo no bastan para contrarrestar las principales fuerzas socio-económicas, mucho más determinantes. El sentimiento generalizado de las personas en contacto estrecho con los pueblos es que la biodiversidad agraria se escapa, arrastrada por el abandono del medio rural, la pérdida de las actividades tradicionales y la aplicación de unas políticas agrarias cuya inercia va, precisamente, en sentido contrario a los objetivos que proclaman.